El problema que enfrenta la humanidad es que ya no tiene el lujo de esperar a ver cuándo llegará el prometido punto de inflexión entre crecimiento económico y calidad del medio ambiente.

Estudiante de Economía
5to Semestre
Una fuerte similitud entre el análisis económico y el climático es el rol protagonista que tienen las variables relativas. De 1950 a 1970, el crecimiento anual del PIB estadounidense fue de 2.5%. Del mismo modo, en el tiempo postguerra (Treinta Gloriosos), Europa experimentaba tasas de crecimiento del PIB per cápita de 3.8%. Ambos crecimientos son hazañas del desarrollo contemporáneo. Para alguien fuera de contexto, estas cifras aparentan ser inocentes, simplemente menos de cuatro centésimos. Sin embargo, por su valor relativo, los economistas señalan el crecimiento occidental más elevado en los últimos 100 años y discutiblemente el último que se espera de esa naturaleza (Abhijit y Duflo, 2019). De manera similar, la variable de medición del cambio climático por excelencia es el cambio relativo anual en la temperatura promedio de la tierra, la cual creció 9.1% en marzo del 2020.
A diferencia del crecimiento económico, las implicaciones detrás de esta cifra son un poco más predecibles para un individuo ajeno a la materia, pero sigue siendo necesario una contextualización académica: a un ritmo ligeramente mayor por el resto del siglo, de 11.81%, el 70% de los arrecifes de coral del mundo dejarían de existir (IPCC, 2018). Siguiendo la misma línea de pensamiento, en India un incremento de apenas 0.27% en días calientes al año aumentaría la tasa de mortalidad ajustada en más de 2.57% (Burgess, Deschenes, Donaldson, Greenstone, 2017). Cifras absolutas pequeñas, pero relativamente representan prosperidad o estancamiento, vida o muerte.
Si bien existen escasos estudios pioneros que relacionan el medio ambiente con el crecimiento económico desde 1950, fue apenas hasta la década de 1990 que se estableció formalmente el principal vehículo de análisis para dicha relación: la Curva de Kuznets Ambiental (Zilio, 2012). Esta curva tiene forma de “U” invertida, e incluye como variable independiente el ingreso nacional y como dependiente la calidad ambiental. La premisa general es que los países subdesarrollados necesitan un fuerte grado de inversión en industrias productivas para crecer (en casos más precarios, esto se hace primordialmente para atenuar la dependencia en el sector agropecuario), lo que implica inherentemente un mayor grado de contaminación. A menos que se utilicen medios productivos limpios a gran escala —lo cual evidentemente no es la norma— la producción implica un alto uso de recursos naturales, desenfrenada emisión de gases de efecto invernadero y puede incluso impactar ecosistemas como reservas forestales o cuerpos acuíferos. Sin embargo, a medida que el ingreso nacional crece y se estabiliza la oferta, se relaja la tasa de contaminación ambiental, pues la industria manufacturera pierde su aceleración.
Es posible hacer estudios especializados para determinar con mayor exactitud las causas de este fenómeno: la transición al sector terciario, la inversión en activos relacionados al campo tecnológico, las tendencias de urbanización, etc., pero el análisis básico de la Curva de Kuznets Ambiental simplemente indica que después del periodo acelerado de crecimiento, con su respectivo grado de contaminación, se alcanza un punto de inflexión a partir del cual es más fácil mantener el ingreso sin depender de actividades gravemente contaminantes. Esencialmente, la CKA representa una justificación y una promesa. En primera instancia, justifica la contaminación no regulada a nivel internacional (o al menos no tajantemente) por la dinámica de crecimiento que divide a los países desarrollados y subdesarrollados, y finalmente, garantiza heroicamente que dicha tasa de contaminación bajará una vez que las economías alcancen un suficiente grado de desarrollo. El problema que enfrenta la humanidad es que ya no tiene el lujo de esperar a ver cuándo llegará el prometido punto de inflexión entre crecimiento económico y calidad del medio ambiente
Ante la presión de la comunidad científica y los tangibles deterioros ambientales, en el 2015 se firmó el Acuerdo de París, en el que la comunidad internacional estableció como meta un incremento máximo de la temperatura global en el siglo de 1.5°C. Situarse por arriba de ese valor significaría de manera prácticamente inevitable un derretimiento irreversible en la Antártida, habrían diez veces más personas con acceso alimentario limitado a cultivos inferiores, aumentaría en 50% la población mundial en peligro de no tener acceso a agua potable, el Caribe y el Mediterráneo tendrían 10% menos lluvias (pero con mayor probabilidad de desastres naturales), los días más calientes podrían aumentar 4°C y las noches más frías bajar 6°C, la probabilidad de huracanes de alto impacto crecería en 40% para Latinoamérica y el área quemada en el Mediterráneo por verano crecería 62% (IPCC, 2018). A todo esto le falta añadir el desplazamiento provocado por la reducción de las zonas costeras, la posible desaparición de ciertas especies terrestres y acuíferas, el efecto en la calidad del aire, el impacto pesquero, los peligros sanitarios del calor extremo y la pérdida del permafrost. Si no se llega a tiempo al punto de inflexión de la Curva de Kuznets Ambiental, el prometido desarrollo económico se dará sobre tierra seca, cultivo quemado y para una población en inevitable peligro sanitario.
Además, es vital considerar otro cuestionamiento antes de poner la esperanza en la Curva de Kuznets Ambiental, este de naturaleza teórica: tanto países desarrollados como los subdesarrollados tienen la misma culpa. Teóricos discuten la validez de dificultar el crecimiento al imponer restricciones ambientales a pesar de que el crecimiento de los países desarrollados fue debido a su uso desmedido de recursos. Y dejando de lado el debate histórico de crecimiento capitalista contra periférico, es posible demostrar que incluso hoy en día los beneficiarios de la producción contaminante son los ricos. De acuerdo con Chancel y Piketty (2015), en países desarrollados, un incremento del 10% en el ingreso repercute en un aumento de las emisiones personales de CO2 de 9%, pues los bienes consumidos por los hogares son el último paso en la cadena productiva que genera la contaminación. En otras palabras, se propone que la demanda es igual de responsable que la oferta por el uso irresponsable de recursos y la emisión de gases de efecto invernadero.
La hipótesis de Chancel y Piketty llevó a una aplicación interesante: medir los gases de efecto invernadero de acuerdo con dónde fueron consumidos, en lugar de producidos. Esto lleva a una conclusión reveladora y determinante para el análisis —Estados Unidos y Europa Occidental consumen casi 5 veces más toneladas de CO2 que China, a pesar de que China produce el 28% del dióxido de carbono a nivel global. Incluso dentro de los países, la disparidad persiste, pues constantemente indican los datos que los percentiles más altos en ingreso contribuyen desproporcionadamente a la emisión de CO2. Esto llevó a los teóricos a acuñar la regla 50-10, la cual indica que de manera generalizada, el 10% de la población más rica del mundo es responsable del 50% de las emisiones de dióxido de carbono, mientras que el 50% de los que contaminan menos contribuyen con apenas el 10% del total de emisiones (Abhijit y Duflo, 2019). La regla 50-10 revela que hay un espejo entre desigualdad y contaminación, añadiendo la amenaza de irreversibles daños medioambientales a la siempre creciente lista de los problemas causados por la desigualdad.
Queda entonces en evidencia la necesidad de un nuevo método de análisis para la planificación de la economía ante el pesimista —por no decir cataclista— panorama medioambiental que enfrenta la humanidad. Para el futuro, la discusión histórica entre corrientes económicas deberá pasar a segundo plano y ceder el paso a la cooperación internacional, sea cual sea la ideología preferida. Los primeros pasos en esta dirección ya se tomaron, pues la tarea es alta y urgente: para cumplir el objetivo del Acuerdo de París de limitar el cambio climático a 1.5°C se tendrán que limitar las emisiones de CO2 mundiales en 25% para el 2030 y eliminarse por completo para el 2050 (IPCC, 2018). Una de las iniciativas más destacadas es el Acuerdo Kigali, que indica que para el 2028 se dejarán de producir por completo los aires acondicionados tradicionales que usan gases HFC (Abhijit y Duflo, 2019), habiendo comenzado ya el desfase en EUA, Japón y algunos países de Europa. Además, el Banco Mundial lideró la inversión para construir en Marruecos la planta de energía solar más grande del mundo y apoyó con la implementación del Programa de Productividad Agrícola de África Occidental para incrementar el acceso a alimentos al gestionar de mejor manera los recursos (Banco Mundial, 2020), mientras que la Unión Europea planea asignar el 25% de su presupuesto a iniciativas medioambientales (UE, 2020).
En fin, tal vez será posible para los economistas plantear una función de maximización de la utilidad incluyendo como variable la restricción medioambiental, porque con una actitud pasiva, el planeta Tierra no llegará a ese prometido punto de inflexión.
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Referencias:
Banco Mundial (2020) Cambio climático. Recuperado de: https://www.bancomundial.org/es/topic/climatechange/overview
Burgess, R., Deschenes, O., Donaldson, D. & Greenstone, M. (2017). Weather, Climate Change and Death in India. LSE working paper. Recuperado de: https://www.lse.ac.uk/economics/Assets/Documents/personal-pages/robin-burgess/weather-climate-change-and-death.pdf
Chancel, L. & Piketty, T. (2015) Carbon and Inequality: from Kyoto to Paris. Paris School of Economics. Recuperado de: http://piketty.pse.ens.fr/files/ChancelPiketty2015.pdf
Duflo, E., & Banerjee, A. (2019) Good Economics for Hard Times. New York: Public Affairs.
EU (2020) International Cooperation and Development: Our investment in climate. Recuperado de: https://ec.europa.eu/international-partnerships/sdg/climate-action_en
IPCC (2018) Special Report: Global Warming of 1.5°C. Recuperado de: https://www.ipcc.ch/sr15/
Zilio, M. (2012) Curva de Kuznets ambiental, la validez de sus fundamentos en países en desarrollo. Cuadernos de Economía, 35 (97), pp. 43-54. Recuperado de: https://www.elsevier.es/es-revista-cuadernos-economia-329-articulo-curva-kuznets-ambiental-validez-sus-X0210026612536311
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