Gracias a las condiciones establecidas, en solo 40 años Shenzhen pasó de ser una pequeña aldea pesquera de 30 mil habitantes a una megaciudad con más de 12 millones de personas y un PIB de casi 400 mil millones de dólares.
Carlos Constantino, Estudiante de tercer semestre de Contaduría Pública y Finanzas
El socialismo no funciona. Nunca lo ha hecho y nunca lo hará. La historia nos ha enseñado en repetidas ocasiones que todos los países que lo han implementado han fracasado en el intento y han dejado a la gran mayoría de su población en la más absoluta desgracia. En contraparte, el sistema capitalista, con sus muchos defectos, ha favorecido en mayor o menor medida a todos los habitantes de los países que lo han adoptado, incrementando su ingreso promedio y mejorando su nivel de vida. Sin entrar en mayores detalles sobre el funcionamiento de cada sistema, relataré la transición china al capitalismo y las consecuencias que este ha causado en el gigante asiático.
Para entrar en contexto es necesario recordar que entre 1966 y 1976, La Revolución Cultural, un movimiento político/social impulsado por Mao Zedong, tomó el control del país y acabó con todo lo relacionado con capital o propiedad privada, así como con la relativa riqueza y prosperidad que se tenía. Como parte de la ideología maoísta se estableció una economía planificada y completamente controlada por el Estado. Las grandes extensiones de tierra cultivable fueron reorganizadas en comunas populares y se instauró un sistema de agricultura cooperativa en el que millones de familias campesinas trabajaban la tierra y vendían sus cultivos exclusivamente al Estado, al precio que este impusiera. Las fábricas que existían fueron expropiadas y reubicadas, registrando una caída de ingresos del 26% entre 1966 y 1968. Por otro lado, con la falsa bandera de combate a la corrupción, se persiguió y asesinó profesores, intelectuales, empresarios y cualquier otro opositor al régimen. Se destruyeron reliquias antiguas y se prohibieron libros que no fueran afines a la ideología comunista. El resultado: un régimen autoritario, una economía destruida y una absoluta miseria entre la población.
Tras la muerte de Mao en 1976, el Partido Comunista Chino sufrió una ruptura, a la cual prosiguieron un par de años de disputas internas. Finalmente, el ala menos radical del partido, encabezada por Deng Xiaoping, resultó vencedora y este último ascendió al poder. Esta facción relativamente moderada entendió que una economía estatal era insostenible y se decidieron por otorgar algunas libertades económicas. La primera reforma del nuevo líder fue dar a los agricultores la libertad de vender sus productos directamente a la población, establecer sus propios precios y competir entre ellos, lo cual derivó en la creación de un auténtico mercado; los precios bajaron y la producción aumentó, beneficiando tanto a productores como a consumidores. Otra de las reformas de Deng Xiaoping tenía como propósito impulsar la industria china y exportar su producción a otros países. El problema era que claramente una economía socialista jamás les permitiría llevar esto a cabo. No se tenía ni la tecnología, ni el conocimiento, ni los recursos, ni mucho menos los incentivos económicos para lograrlo. ¿Quién hubiera querido invertir en un país donde ni siquiera existe la propiedad privada? Fue en ese momento cuando, con el afán de mantener el régimen comunista y no cambiar todas las leyes del país, se crearon las primeras zonas económicas especiales.
Una zona económica especial es una extensión geográfica limitada dentro de un país, donde las reglas para hacer negocios son diferentes. Estos territorios suelen tener administración pública propia, poca burocracia, bajos impuestos y básicamente todas las políticas necesarias para impulsar la producción e inversión privada, en pocas palabras un paraíso capitalista. Tanto en la China de principios de los 80 como en la actualidad, un territorio con estas características es un oasis capitalista en medio de un gigantesco desierto socialista. En principio se establecieron cuatro de estas zonas, siendo Shenzhen, ubicada en la frontera con Hong Kong, la más exitosa. Gracias a las condiciones establecidas y los millones que llegaron a la zona vía inversión extranjera, en solo 40 años Shenzhen pasó de ser una pequeña aldea pesquera de 30 mil habitantes a una megaciudad con más de 12 millones de personas y un PIB de casi 400 mil millones de dólares. Hoy en día Shenzhen es considerada el Silicon Valley chino y alberga gigantes tecnológicos como Huawei, ZTE, DJI, BYD o Tencent. La iniciativa de Xiaoping fue tan exitosa que en la actualidad existen más de quince zonas económicas especiales en China, incluyendo puertos mercantes abiertos al comercio internacional, y su PIB per cápita es más de 50 veces mayor al de hace 40 años, incluso convirtiéndose en la segunda economía más grande del mundo. Desafortunadamente, gran parte del país sigue viviendo bajo un modelo socialista controlado por el régimen autoritario del Partido Comunista Chino.
Es paradójico pensar que el propósito de Deng Xiaoping no era instaurar más zonas económicas especiales ni abrirse demasiado al libre mercado, sino utilizar los ingresos de estas zonas para sostener la estructura económica planificada de un Estado comunista. Deng Xiaoping falleció en 1997 y jamás llegó a contemplar por completo el colosal éxito que la apertura al libre mercado trajo para su país. Tal vez diez años más de vida lo hubieran hecho cambiar por completo de ideología.
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Referencias:
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Las opiniones aquí expresadas son exclusivas de su autor/autora y no representan la ideología del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, la Escuela de Ciencias Sociales y Gobierno del mismo, el Departamento de Economía, así como a la Sociedad de Alumnos de Licenciado en Economía.
Excelente artículo para entender las implicaciones del socialismo. Felicidades
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