¿Desregular para crecer? El caso de Nueva Zelanda

Mediante la desregularización, los productores agropecuarios neozelandeses aumentaron de gran manera su productividad, redujeron sus costos y diversificaron el uso de sus tierras.
Pablo Morales
Estudiante de 4º semestre de Economía

Es innegable el hecho de que tanto los gobiernos, como nosotros ciudadanos estamos profundamente acostumbrados a la regulación económica: subsidios, controles de precios, burocracia y trabas interminables para la creación y desarrollo de empresas, impuestos sofocantes de toda índole, por mencionar algunos. Claramente algunas de estas intervenciones gubernamentales están justificadas y cumplen con un objetivo concreto, como puede ser promover la competencia económica. Sin embargo, en Latinoamérica estamos (mal) acostumbrados a pedir que todo se regule, y los legisladores proponen un sinfín de intervenciones económicas que terminan por entorpecer el sano funcionamiento de la economía, desfavoreciendo muchas veces a quien en teoría buscan favorecer con las regulaciones. Son algunos países europeos (sobre todo los nórdicos), algunos asiáticos (como Singapur y Hong Kong) y en parte Nueva Zelanda, los que han caído en cuenta de este hecho, y han dejado atrás la exagerada intromisión gubernamental en ciertos aspectos de la economía. 

Un caso para analizar es el de Nueva Zelanda y su desregularización del sector agropecuario en el año 1984. Para poner al lector en contexto, para el año 2019, el 7% del PIB neozelandés provino de la agricultura (a diferencia del 3.5% que se presenta en México y del 1% que representa este sector en el PIB estadounidense). Desde siempre la agropecuaria ha significado gran parte de la economía de dicho país. Sin embargo, antes de 1984 las cosas eran muy distintas. La industria agropecuaria estaba colmada de distintos subsidios que proveía el gobierno, cosa que a simple vista puede parecer muy positiva. En el año 1984, el gobierno neozelandés promovió una desregularización del sector agropecuario, eliminando los subsidios proveídos a dicho sector. Evidentemente, tal decisión fue en un principio mal vista por los productores, quienes vieron los casi 30 subsidios que recibían ser desechados de un momento a otro. 

Sin embargo, el tiempo le dio la razón al gobierno de Nueva Zelanda. Resulta que los subsidios estaban distorsionando completamente las señales del mercado, haciendo que los productores no se enfocaran en satisfacer la demanda real de los consumidores, sino en satisfacer al gobierno para así obtener más subsidios, lo que implicaba una asignación de recursos muy lejana a la eficiencia. Mediante la desregularización, los productores agropecuarios neozelandeses aumentaron de gran manera su productividad, redujeron sus costos y diversificaron el uso de sus tierras. La desregularización permitió buscar nuevos mercados, abrirse a la innovación y desarrollar nuevos productos. Hoy en día Nueva Zelanda produce suficiente comida para 40 millones de personas, y destina a la exportación el 90% de su producción. 

Como el caso neozelandés, existen bastantes ejemplos de éxito de la desregularización, como son el sistema de seguridad social de Suecia, o la inexistencia de salario mínimo en Noruega, Suiza, Suecia, Dinamarca, Singapur y otros países. Evidentemente, los países latinoamericanos no estamos preparados (más que todo en lo social) para un salto tan grande como el de no tener salario mínimo, y quizá pueda sonar desalmado y políticamente incorrecto siquiera pensar en esa posibilidad. Sin embargo, dichos países han demostrado que la eliminación del salario mínimo ha elevado los salarios promedio (además de afectar positivamente al desempleo), siendo estos mucho más elevados que en los países donde sí existe el salario mínimo, y ni qué decir que en los países que elevan arbitrariamente y sin sustento económico dicho salario.

 Es esencial que los gobiernos de nuestra región vean el éxito de las medidas tomadas inicialmente por dichos países y las adopten, para así sentar las bases de un estado de menor tamaño, más eficiente y que esté consciente de que es probable que la respuesta a muchos de nuestros problemas económicos no esté en seguir regulando lo ya recontra-regulado, sino en sencillamente desregularlo.

Referencias

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Las opiniones aquí expresadas son exclusivas de su autor/autora y no representan la ideología del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, la Escuela de Ciencias Sociales y Gobierno del mismo, el Departamento de Economía, así como a la Sociedad de Alumnos de Licenciado en Economía.