Liberalismo económico y la Biblia

Las ideas sobre libertad económica y general no comenzaron en el siglo XVIII con el advenimiento de la Ilustración, sino que están presentes desde muchos siglos antes. Es posible vislumbrar algunas de ellas en el libro que, a la vez que es el más vendido, es el más prohibido a nivel mundial: la Biblia. 
Alan Garza
Estudiante de 4º semestre de Economía

Hoy en día, uno de los principales temas a discusión en el campo de la economía es sobre el rol adecuado del Estado en cuanto a su interacción con el mercado se refiere. Distintas corrientes de pensamiento económico tendrán opiniones muy variadas entre sí sobre este aspecto, unas más liberales y otras más intervencionistas. No obstante, las ideas sobre libertad económica y general no comenzaron en el siglo XVIII con el advenimiento de la Ilustración, sino que están presentes desde muchos siglos antes. Es posible vislumbrar algunas de ellas en el libro que, a la vez que es el más vendido, es el más prohibido a nivel mundial: la Biblia. 

Recientemente me encontré con un video en donde el economista Jesús Huerta de Soto (partidario de la escuela austriaca de economía) afirma tajantemente que “Dios es libertario”. Si bien no comulgo con la idea de enmarcar a Dios en tal o cual ideología humana, algunos de los puntos expuestos por Huerta de Soto me parecen bastante sensatos. Sobre algunos de estos desarrollaré a continuación a la vez que presentaré consideraciones propias.  

Como introducción a las ideas sobre libertad y opresión en el marco de la relación entre una autoridad estatal e individuos tenemos al segundo libro de la Biblia, el Éxodo. Aquí nos encontramos con que el pueblo hebreo, que hacia el final del libro del Génesis emigró voluntariamente al país de Egipto, ha sido esclavizado por el Faraón. Es en estos momentos de crisis para el pueblo que de entre los hebreos Dios escogerá a un libertador en la figura de Moisés para sacarlos de la opresión. Después de presenciar una serie de prodigios y las famosas diez plagas, el Faraón cede y le otorga la libertad a los hebreos. A partir de ahí el pueblo pasará cuarenta años vagando por el desierto, guiado por líderes como el mismo Moisés, Aarón y Josué. 

Unos libros más adelante, en el primero de Samuel, el pueblo toma una decisión crítica. Ya se ha conquistado gran parte de la tierra prometida por Dios al patriarca Abraham siglos atrás, sin embargo surge la necesidad de una reorganización política. El pueblo clama por un rey, pero el profeta Samuel y el mismo Dios advierten contra esta medida. Con frases como “Tomará lo mejor de los campos, de las viñas y de los olivares de ustedes y se lo dará a sus servidores (1 Sm 8, 14)”, “Cobrará el diezmo de sus cosechas y de su uva para dárselo a sus eunucos y a sus servidores (1 Sm 8, 15)”, y “Les cobrará el diezmo de su ganado y ustedes pasarán a ser sus esclavos (1 Sm 8, 17)” el profeta Samuel advierte sobre la opresión económica que podría sufrir el pueblo bajo la figura de un rey. Cabe destacar que la concepción negativa que el profeta tenía acerca de la monarquía es muy similar a la forma en la que el socialismo ha funcionado históricamente, al expropiar o socializar los frutos del trabajo individual y los medios de producción. 

A pesar de las advertencias, el pueblo sigue insistiendo. Finalmente el mismo Dios cede, y resulta ungido rey Saúl. No obstante, éste cayó del favor de Dios al desobedecerle. Al morir Saúl, David asume el trono y después de éste su hijo Salomón. En materia de política económica resulta muy interesante analizar a este último personaje. Mucho antes del New Deal de Roosevelt y la publicación de la Teoría general (1936) por J.M. Keynes, la Biblia nos dice que el rey Salomón ya empleaba la herramienta del gasto público activamente. Su reinado se caracterizó por las múltiples obras de infraestructura construidas, incluido el primer templo judío. Sin embargo, su error fatal radicó en cargar al pueblo con una gran cantidad de impuestos, no sólo para financiar las grandes construcciones, sino para llenarse él mismo de riquezas (1 Re 10, 16-17 nos dice lo siguiente sobre la ambición tributaria del rey: “En un sólo año, llevaban a Salomón seiscientos sesenta y seis talentos de oro, sin contar las tasas a los viajeros, los impuestos a los comerciantes y todo lo que venía de los reyes de Arabia y los gobernadores del país”). Al morir Salomón, le sucedió su hijo Roboam, quien amenazó con oprimir al pueblo aún más que su padre. Los habitantes del norte, que habían sido cargados con fuertes impuestos durante el reinado de Salomón, no estaban dispuestos a tolerarlo y se independizaron. De esta forma el reino quedó dividido en dos: Israel (el norte) y Judá (el sur). 

Ya en el Nuevo Testamento, vemos como el tema del dinero ocupa un lugar importante. A lo largo del Evangelio, el mismo Jesucristo habla más veces del dinero que del infierno. Sus enseñanzas sobre el tema son esencialmente éticas y morales: Jesús nos insta a ser generosos con nuestra riqueza y solidarios con los más pobres. Para lograrlo es necesario tener un desapego hacia lo material. Por ello la moral cristiana es incompatible con la filosofía económico-política del marxismo, cuyo método es el materialismo dialéctico. Es importante aclarar que Jesús jamás sugiere el uso del Estado (en este caso el Imperio Romano) como el encargado de llevar a cabo la justicia social y alcanzar el bienestar. Todo lo deja a las buenas y voluntarias intenciones individuales, lo cual propone el liberalismo. 

Finalmente, en materia de impuestos Jesucristo deja claro que no se opone al cobro de los mismos. En Mt 22, 15-22 Jesús es cuestionado por los fariseos acerca de la legalidad de pagar impuestos a Roma, de acuerdo a la ley judía. A esto, Jesucristo responde “Devuelvan pues, al César las cosas del César, y a Dios lo que corresponde a Dios (Mt 22, 21).” El propio Jesús colaboraba con el pago de los mismos: en Mt 17 se nos narra cómo al llegar a Cafarnaúm, éste hizo el pago de una moneda de plata correspondiente al impuesto del Templo, misma que mandó al apóstol Pedro a encontrar en la boca del primer pescado que picara el anzuelo. Sin embargo, antes de realizar el pago Jesucristo hace notar lo siguiente a Pedro: “Dame tu parecer, Simón. ¿Quiénes son los que pagan impuestos o tributos a los reyes de su tierra: sus hijos o los que no son de la familia? Pedro contestó: Los que no son de la familia. Y Jesús le dijo: Entonces los hijos no pagan.” Claro está que este tipo de situaciones se siguen dando en la actualidad, en la forma de un “capitalismo de compadres”, en el cual muchos gobernantes favorecen a ciertos empresarios mediante condonaciones de impuestos o asignación de contratos y obras a discreción. Tales conductas son incompatibles con el principio liberal de igualdad ante la ley, el cual exige que quienes ganen contratos lo hagan por mérito (vía concursos en los que todos los aspirantes estén en igualdad de oportunidades y condiciones) y que para condonar o rebajar impuestos exista una justificación válida (por ejemplo, en el marco de un proceso de reactivación de la economía), y no así por las relaciones e influencias que se tengan con el Estado, y los privilegios que de esto emanen. 

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